Cuando el ritmo de aquel tango les marcó un
compás de espera
como sierpes animadas por un vaho de pasión,
se anudaron y eran gajos de una extraña enredadera
florecida entre la lluvia de los dichos del salón.
—Aura, m’hija —aulló el compadre
y la fosca compañera
le ofreció la desvergüenza de su cálido impudor
azotando con sus carnes como lenguas
de una hoguera
las vibrátiles entrañas de aquel chusma del amor.
Persistieron en un giro, desbarraron los violines
y la flauta dijo notas que jamás nadie escribió,
pero iban blandamente, a compás, los bailarines
y despacio, sin notarlo, la pareja se besó.
La pareja iba en un ritmo de pasión y de bravura
en la almohada del cabello, apoyados los frontales.
Tres manos sobre los hombros y una garra
en la cintura
En la calle la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango que es «La morocha»,
lucen ágiles cortes dos orilleros.
Acordate de la cruz
que te regaló tu hermano
y del huevo de avestruz
sobre la mesa de luz
que era un cajón de Cinzano.
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